Me puse en pie, ajusté mis ropajes al cuerpo apretando bien el cinto y las correas de las botas y calándome el sombrero de medio lado, como hacen los tipos duros. Desperté a Mosquetón y le dejé que comiera un poco del granero que habíamos tomado prestado esa noche, una vez que estuvimos los dos a punto me monté en el y trotamos hasta el pueblo.
Al llegar al mesón de las afueras, até a Mosquetón al abrevadero y entré con paso firme mirando al mesonero.
-Eh tu, ¡Mesonero! -exclamé intentando parecer duro-, ¿a cuantas personas tengo que apuñalar para que me pongas un buen vaso de wisky?
-A... a ninguno señor, cálmese, aquí somos todos buenas personas sin ninguna mala intención -decía el mesonero con voz temblorosa mientras se acercaba a la barra lentamente-, tome asiento y ahora mismo le sirvo caballero.
Al momento de llegar a la barra tomó de detrás de ella la espada que por desgracia yo no había sido capaz de intuir y colocándomela directamente en el cuello dijo con un tono mucho menos tembloroso:
-Me temo que te has equivocado de mesón, amigo.
Os podéis imaginar lo que pasó, dando un salto mortal hacía atrás desenvaine mi espada y plantándole cara le grite que era el mesón adecuado... O eso es lo que debería haber pasado porque la verdad es otra. Fue tal es susto que me llevé que se me escapó una flatulencia de esas que no vienen solas... vamos, ¡que me cagué del susto! ¿es que hay que decirlo todo o que?
Definitivamente, mis primeros días como proscrito no me estaban resultando fáciles.
.Sed felices.